"Existe una anécdota apócrifa sobre los comienzos del cinematógrafo que relata que George Méliès asistió, confundido con los primeros espectadores, a la sesión inaugural del Cinématographe Lumière en el Grand Café del Boulevard des Italiens. Interrogado, después, acerca de su experiencia y ante la pregunta de cuál había sido la 'vista' que más le había impresionado, Méliès, en lugar de hacer referencia a las supuestamente más impactantes imágenes de films como L'arrivée d'un train en gare de La Ciotat y otros títulos de semejante talante, se decantó por subrayar su interés por una obra tan, en principio, anodina como Le dejeuner du bebé. Aún fue más lejos al indicar que lo que realmente le había fascinado de esta 'vista' no era el encantador cuadro familiar, ni las carantoñas que los progenitores prodigaban al simpático infante, sino algo situado en segundo término y que había pasado inadvertido para la mayoría de los espectadores para los que las figuras de los 'modelos' actuaban como barrera que les impedía apreciar lo que servía de fondo a la escena. Se trataba de esas ramas de los árboles del jardín familiar de los Lumière que aparecían movidas por el viento. Viento que la nueva potencia tecnológica del cine era capaz de inscribir, haciendo posible que, por primera vez en la historia de la representación visual, lo invisible (el viento) fuese hecho patente (visualizable) mediante el movimiento de lo visible (las ramas agitadas de los árboles)." (Santos Zunzunegui; fragmento extraído de su monografía sobre Robert Bresson para la colección de Cátedra.)
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