En el libro Futuro - una imagen del mundo de mañana (1975) la superpoblación centra prácticamente todas las teorías sobre el futuro inmediato y las conclusiones y soluciones que se extraen y se proponen se presentan en base a la superpoblación, para resolverla, para paliarla, para manejarla en caso de no poder evitarla. El concepto es muy sencillo. La Tierra I es una cosmonave de recursos limitados. Si la densidad de población aumenta sin control, los recursos del entorno se agotan, disminuye la calidad de vida y, eventualmente, el ser humano destruye el planeta y, por tanto, se destruye a sí mismo. Así pues, hay que controlar a toda costa la demografía y no permitir esta tragedia.
Pero otras voces, aun aceptando que esa fórmula fuese irrebatible, fijan su atención en la muy ambigua expresión de la "disminución de la calidad de vida" y arrojan algo de luz sobre la hipócrita iniciativa estratégica, promulgada por ciertos sectores político-económicos, que anida soterrada bajo el manto de la conciencia social. Porque, al parecer, no se trata tanto de que todos pongamos de nuestra parte para evitar la catástrofe, sino de que otros (importante destacar aquí el concepto de alteridad) deben controlarse para que los demás puedan seguir viviendo como quieren. Es decir, no se trata de instaurar unas vías equitativas y concienzudas de sostenibilidad en el ámbito energético, alimenticio, demográfico... etc, sino que más bien se trata de que otros se sacrifiquen para que los demás puedan seguir con su ritmo y calidad de vida. Existe, evidentemente, una correlación directa de este aserto con los tiempos que nos ha tocado vivir.
Este orden mundial no se diseñó pensando en todos, no se pensó para favorecer a todos. Los diseñadores de este orden mundial tienen unas características comunes y muy reconocibles. Son hombres, son blancos y son ricos.
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