jueves, 30 de septiembre de 2010

El caserón que albergó a la anciana de "Titanic"

Gloria Stuart ha fallecido a los 100 años, trece después de su papel en Titanic (1997). Por todos es conocido su rostro cuando anciana, tras su participación en la película, por la que mereció una candidatura al Oscar. Pero ¿qué hay de su juventud? Pues esta mujer, a la que la fama le llegó con 87 años, trabajó con uno de los grandes estetas del cine de Hollywood: el incomparable James Whale, que requirió de sus servicios para The invisible man (1933), The kiss before the mirror (1933) y, la que aquí más nos interesa, The old dark house (1932).


Momento en que Gloria Stuart sube a cambiarse y observa,
en el espejo roto y abollado, el siniestro y deforme reflejo de sí misma.

Fue rodada un año después de 
Frankenstein (1931), tras su enorme notoriedad y fama. James Whale gozaba ahora de confianza y credibilidad, así como de una mayor permisividad y libertad en subsiguientes proyectos. A la hora de realizar The old dark house, esas condiciones se tradujeron en control y autonomía, que derivó asimismo en un interesantísimo despliegue de sus pretensiones autorales, las cuales encontrarían su madurez en la excepcional The bride of Frankenstein (1935). 
The old dark house
 no tuvo éxito en EEUU, pero sí en la Inglaterra natal de Whale. Olvidada y considerada perdida durante muchos años, fue rescatada por un tal Curtis Harrington en 1968 en las cámaras de Universal Studios. Inició labores de restauración con Eastman y ahora la podemos descargar tranquilamente como si siempre hubiese estado disponible. 


C
on un elenco envidiable -Boris Karloff, Charles Laughton, Melvyn Douglas, la ya mencionada Gloria Stuart (considerada una de las primeras scream queens) y el siempre inquietante y espléndido Ernest Thesiger- el film, producido por un incombustible Carl Laemmle Jr. para Universal, aglutina diversos arquetipos y motivos del género de terror importados de la literatura gótica, tanto a nivel icónico como narrativo. En la película una tormenta de órdago lleva a unos viajeros a refugiarse en una oscura y tétrica mansión en la que vive una familia disfuncional compuesta por freaks y un mayordomo psicópata. La oscura y vieja casa resulta ser un espacio fantasmagórico y evanescente. Nunca se nos muestra en su totalidad y los pocos espacios de los que creemos conocer sus coordenadas son subvertidos en más de una ocasión. A ello contribuye sin duda el montaje y la planificación que desubica y desorienta al espectador continuamente, pero es sobre todo su composición lumínica, donde predominan las sombras y la oscuridad, lo que no nos permite ver el espacio entero y diáfano. 

El resultado es el de un lugar abstracto y huidizo, que se nos escapa entre los planos, entre las elipsis y las transiciones, sin referencias sólidas. Un espacio casi imaginario donde los fantasmas y las pesadillas del hombre se proyectan y de donde surgen personajes furibundos y extraños, como ese hermano loco al que tienen encerrado en una habitación del segundo piso o ese anciano decrépito -interpretado por una mujer- que vive postrado en una cama del piso más elevado de la mansión. Los hermanos propietarios de la casa aparecen y desaparecen por claroscuros según les viene, espontáneamente, sin una justificación argumental determinada, como si nos encontrásemos entre los bastidores de un teatro. Atraviesan una puerta y no les volvemos a ver hasta después de un rato; vienen sin información sobre dónde han estado ni por qué exactamente se han ido. La mansión, en definitiva, es un espacio donde el tiempo se relativiza, con pequeñas y oscuras guaridas y recovecos por los que perderse. Un dédalo para el sueño que es el terreno perfecto para el horror y la fantasía, pero también para la comedia. Y es que James Whale hace una demostración de su ingenio, de un humor muy jugoso -negro y siniestro- al que aplica una densa pátina de sardonia.

Al final de la película, los visitantes, que habían venido a resguardarse de una tormenta, abandonan el caserón de las sombras como si hubiesen asistido a una sesión de espiritismo juvenil o como si hubiesen montado en una atracción de feria semejante al túnel del horror. Una obra maestra, apabullantemente moderna y cuyo discurso es de una vigencia prodigiosa: la realidad es cada vez más escurridiza e inaprensible.




jueves, 16 de septiembre de 2010

Damiano, Hitchcock y la represión sexual







Psycho (Alfred Hitchcock, 1960) - Memories within Miss Aggie (Gerard Damiano, 1974)

En 1974 se estrenó Memories within Miss Aggie, una película única, atípica e irrepetible. Se trata de un film de cine X en la que sólo hay tres escenas de sexo explícito, siempre pasadas por el tamiz autoral de un Gerard Damiano -sí, el director del film de culto Deep throat (1972)- cuyas pretensiones artísticas pueden apreciarse a lo largo de todo el metraje, especialmente en su bergmaniana y teatral puesta en escena. Esta es una de esas películas que derroca frontalmente comentarios prejuiciosos, a menudo por ignorancia, como por ejemplo "molaría que hiciesen una película porno que fuese buena" o "¿quién ve una película porno entera?".

Gerard Damiano sentía una particular devoción por el cine de Alfred Hitchcock y lo emuló en más de una ocasión. Aparte de su habitual afición por reservarse pequeños papeles o apariciones en sus películas -de las que cabría destacar el inolvidable diálogo de sordos que mantiene con Georgina Spelvin en la trágica, existencialista y sartriana Devil in Miss Jones (1972)- tal y como hacía el director británico -y que acabó resultando en una disfunción discursiva que repercutía sobre la atención del espectador en la narración ocasionando un "Dónde está Wally" cinematográfico-; aparte de esa habitual afición, decía, a veces Damiano recurría a la cita literal, como en el caso de los fotogramas destacados más arriba. La conexión argumental también parece obvia. Tanto Miss Aggie como Norman Bates viven con el recuerdo traumático de una pérdida y han reconstruido e inventado una historia que oculta su verdadera experiencia. Ambos personajes vivieron -y viven, por su recuerdo- anquilosados y reprimidos sexualmente bajo la sombra y el influjo de una madre posesiva y coercitiva. Los veinte minutos finales en que el ambiente se oprime, los planos se cargan de tensión y la relación de los dos personajes se enrarece mediante silencios y diálogos quebrados desembocan en un twist-ending en el que no falta la violencia y el terror.

El objetivo de Damiano era acercar el cine porno al cine convencional, que el sexo explícito no quedase marginado de la maquinaria mainstream y que se adosase como un elemento más, sin tabúes, sin tapujos, y poder, finalmente, realizar cine convencional. Una utopía que el puritanismo más exacerbado primero, contestando ferozmente a la revolución sexual de la época; la estigmatización del cine porno a causa de los estragos que hizo el SIDA en la propia industria; y el advenimiento del vídeo después, no iban a permitir, agrandando todavía más el abismo entre ambos tipos de cine y condenándolos a citarse en encuentros furtivos, extraños y de efímero -si no escaso- impacto socio-cultural.